viernes, 26 de junio de 2009

Texto del profesor Marcos Osorio Jiménez, en Bolívar y sus detractores, Caracas, Ed. Librería Piñango, 1979 pp 21 / 26



Arciniegas, Germán: América Mágica


ARCINIEGAS, Germán.— Obra: América Mágica. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1959.

El escritor colombiano, doctor Germán Arciniegas, presenta en este libro once personajes americanos y un grupo anónimo bajo el título "Los hombres y los meses". El relato general es una di­vagación seudohistórica o, más bien, seudobiográfica en torno a hombres célebres de la América española dentro del marco cir­cunstancial de sus vidas, de sus andanzas y de su valor como sím­bolos. En un libro de esta índole no podía, naturalmente, faltar un personaje tan extraordinario como el Libertador Simón Bolívar; las páginas a él dedicadas por el autor sen el motivo del presente comentario.
Empezaremos por la transcripción de algunos pasajes del "Pre­facio" de América Mágica, que explican el porqué del título. Junto a algunas digresiones oportunas hay otras que sirven de justifica­ción a la crítica que vamos a hacer de la semblanza lastimosa del Libertador con la cual el doctor Arciniegas da remate a su obra. En ese "Prefacio" leemos:
"Hay que saber tomar las cosas al revés, saberles dar la vuelta radical, temerariamente, como lo hacían González Prada o Montalvo en sus ambientes de sacristía que ellos convirtieron en tea­tros al aire libre. Para ser mágico no se necesita saber leer en los libros, pero sí en las almas... "
Más adelante leemos: "Una mística para cada jornada, un dis­parate para cada circunstancia, un recurso imprevisto para ven­cer la razón de cada día y anticipar la razón de mañana: he aquí nuestro destino. De los menos racionales de todo el conjunto so­cial: de los mozos, de las mujeres, de los campesinos, sacamos el catálogo de los héroes. El que hoy tiene menos razón será maña­na el que tenga más. Nuevo Mundo, Mundo Mágico, América Má­gica."
Según lo anterior, la razón del destino americano y aun su devenir histórico están en la sinrazón de las gentes y en el absur­do de las circunstancias, Y en el catálogo de héroes del doctor Arciniegas nada valdrían las minorías selectas ni los entendimien­tos ductores que señalan rumbos y marcan hitos de orientación.
De ese modo empieza el autor, para contradecirse luego al esbo­zar aspectos biográficos de un grupo de celebridades, entre las cua­les algunas fueren, con acentuado relieve, exponentes de cultura en sus países respectivos: entre ellos, Martí, Sarmiento, Fray Ser­vando, Montalvo, González Prada,.. De todos modos, las personas seleccionadas por el autor para su exhibición de magia son re­presentativas de las excelencias de nuestras gentes, y algunas de ellas han tenido una extensa irradiación continental.
Abre la feria mágica José Martí, el cubano inmortal. Para él y para los otros personajes de su libro, excepción hecha de Bolívar, el autor tiene sólo frases de elogio, y sus perfiles no presentan deformaciones. La distribución que el doctor Aremiegas hace de un prohombre para cada mes del año coincide unas veces oon el mes del nacimiento, otras con el de la muerte; en algunos casos el encasillamiento en un mes determinado quedó al arbitrio del escritor. Para el Libertador Bolívar escogió el mes de diciembre, el de la muerte del genio americano, capítulo final de América Mágica.
Como antecedentes para les juicios críticos que vamos a emitir anotamos que el doctor Arciniegas es autor de varias obras con las cuales ha obtenido éxitos de librería, desde El Estudiante de la Mesa Redonda, hasta Biografía del Caribe, América, Tierra firme, Amerigo y el Nuevo Mundo, etc. Muy manifiestas son sus simpatías por personajes masculinos y femeninos del arte y de la historia de Italia. No obstante, la relativa abundancia de su producción literaria, hasta el momento no ha presentado la obra que le consagre como merecedor de que su nombre sea inscrito en el cuadro de los autores de fama imperecedera. En nuestro sentir (y dejamos constancia de que nuestro criterio es estricta­mente personal), la razón de ello está en que el doctor Arciniegas, como escritor, gusta más de lo impresionante que de lo verdadero y profundo; en que prediga aliteraciones, perífrasis y frases de re­lumbrón: "Nada más... Ni nada menos", y esto no sólo como una cita textual (que también lo es), sino como un resumen del pensa­miento de don Germán.
En el terreno histórico ha hecho- incursiones en torno a la vida de don Gonzalo Jiménez de Quesada y del trágico episodio de Los Comuneros del Socorro. Sobre esta fase trascendental de la evolu­ción política de la Nueva Granada, el autor no realizó la investi­gación imparcial necesaria para enriquecer la historiografía en la forma exigida por la importancia del tema; en esta obra "arras­tró" la oportunidad de dar desahogo a una mal encubierta fobia clerical, para exhibirse con alardes de espíritu "fuerte", como vol­teriano con jactancias de iconoclasta. Aunque Los comuneros del doctor Arciniegas es un libro que merece refutación detallada para desvirtuar la abundancia de errores históricos' en él consignados, como también para deshacer las tendenciosas interpretaciones y ca­lumnias del autor, tal estudio no es materia específica de esta rese­ña. Debemos de paso llamar la atención sobre ese atentado contra la verdad histórica, porque en América Mágica reitera don Germán su fobia cuando expresa: "... Lo decía frente a los hijos del pue­blo (el presbítero Fernández) que habían perdido cuarenta años antes a sus capitanes en la celada que les tendió el arzobispo Ca­ballero Góngora" (pág. 93). Si el doctor Arciniegas escribiera sin cegarse con sus prejuicios y antipatías hubiera averiguado que el arzobispo Caballero Góngora no fue, directa ni indirectamente, res­ponsable del sacrificio de José Antonio Galán y compañeros már­tires,; hubiera aprendido que el culpable directo, inmediato, el hombre inicuo y perjuro fue el ministro José Galvez. También po­demos aconsejarle que realice una averiguación en los documentos históricos, y advertirle que las fechas de algunas cartas de la épo­ca y de los sucesos permiten establecer sin reservas la inocencia del mencionado arzobispo. Tales documentos y algunas obras se­rias, entre ellas Los Comuneros del doctor Fulgencio Gutiérrez, deshacen las amañadas imputaciones calumniosas del doctor Arciniegas, y quien les dé crédito a éstas o las admita sin la previa ilustración sobre el caso, forzosamente sigue los "preceptos" que don Germán recomienda, en especial el que vimos en el "Prefacio" de su América Mágica, que dice: "Hay que saber tomar las co­sas al revés." Si las tomamos como fueron o son debemos apuntar­le a don Germán que la actuación del arzobispo Caballero Góngo-ra como virrey de la Nueva Granada (cuando lo fue efectiva y realmente, ya que en el asunto de los comuneros no tenía aún tal investidura y su actuación fue exclusivamente la de un mediador y conciliador honesto) se distinguió como gobernante progresista hasta el punto de que su obra benéfica y civilizadora es elogiada por los historiadores serios como la mejor de cuantas hubo en el Virreinato de la Nueva Granada y en otros dominios de la Corona de España.
Como contraste, y muy significativo, de las antipatías del doc­tor Arciniegas resalta su simpatía por el "francés" y "liberal" Car­los III, el mismo de la expulsión de los Jesuitas. Nos vamos a per­mitir insertar a continuación una muestra del estilo literario del autor en su retrato del mencionado monarca Borbón:
"Tiene el rey una nariz enorme, que domina el resto de su rostro. Es una proa puesta contra los vientos para que la tuesten. "Detrás" de la nariz muestra el rey una sonrisa bonancible, un "gesto" de ilusión, inteligencia, esperanza y optimismo. Con su "na­riz de caza" y su mente alborotada y soñadora "preside" los con­sejos de sus ministros, ora les abandona. "Espléndida contradic­ción", muy propia de la majestad real, esta que tiene don Carlos III ."entre su nariz y su sonrisa." (Los subrayados son nuestros.)
¡Magnífico boceto!, no faltará quien diga. Se nos ocurre pen­sar: ¿Cuántas narices tenía Carlos III? ¿Poseía, tal vez, una serie de narices de teatro a modo de juego de enchufe de unas en otras? "La nariz de caza... preside los consejos de sus ministros... " Otra nariz contrasta espléndidamente con la sonrisa. (Ensaye quien lo desee otras interpretaciones de esa palabrería insubstan­cial.)
Entremos ahora en el "crudo mes del hielo" (v. El Cuervo, de Poe, traducción de J. A. Pérez Bonalde), mes dedicado por el doc­tor Arciniegas al Libertador, y epílogo lamentable de su América Mágica. Hay algunos elogios como para disimular el sarcasmo irreverente. Veamos:
"El venerable precursor, el Generalísimo Miranda, encarga a Bolívar la defensa de Puerto Cabello y Bolívar pierde la fortaleza. Con este fracaso se termina la guerra. Miranda firma la capitu­lación."
Un lector ignorante de la historia de Venezuela puede deducir de lo anterior la ineptitud de Bolívar, su culpabilidad. Trae lue­go el autor una división de la vida del héroe en tres períodos: uno de ellos desde diciembre de 1812 hasta diciembre de 1824; en seguida expresa:
"...Los otros dos fragmentos de su vida —casi treinta años de alocada juventud, y los tremendos seis del angustioso final— corresponden a otros dos bolívares que están fuera del mundo del Libertador."
Con Vicente Azuero y Plata, Eduardo Caballero Calderón y otros malquerientes de Bolívar, el doctor Arciniegas se permite fragmentar la personalidad del Libertador con la pretensión de reducirla a la propia talla moral tan mezquina de los detractores. El autor, tan amigo de desahogos, no se los tolera al Libertador; ni siquiera los que le arrancaron la violenta presión de las cir­cunstancias, la agresividad de sus antagonistas, la incompren­sión..., esos momentos que le hacían renegar de los hombres, los sistemas de gobierno, de la naturaleza, de su propia vida. Para el autor de América Mágica, tales desahogos efímeros y circunstan­ciales fueron afirmaciones rotundas del pensamiento de Bolívar y testimonios inequívocos de su credo político y sociológico. Por eso, y de conformidad con el criterio de que "hay que saber tomar las cosas al revés", añade lo siguiente:
"No creía en realidad, no creyó nunca en la democracia, en los sistemas civiles, en las leyes. No creía en los intelectuales. No creía en los derechos del hombre... "
¡Asombrosa clarividencia del autor! No creía en los derechos del hombre el que más luchó por ellos. En otra parte-leemos: "Bo­lívar fue un libertador. No fue nada más que eso. No fue nada menos." Aquí podemos encajar, con la misma fuerza lógica de don Germán, una deducción discutible para él, pero tan legítima como las suyas: El doctor "A" es un mentecato. No es nada más que eso. Ni es nada menos.
Veamos otras muestras de malquerencia:
"Un día la guerra se le fue de entre las manos. Ya no le que­daban sino gajos de laurel. Comenzaba la república... " "En la guerra de la república un vencido... " "Había caído Bolívar en un gran desprestigio... Su esqueleto vivía: le dolían los huesos. No po­día subir las escaleras. La tierra era ardiente y se envolvía en lana de la cabeza a los pies,.. Era la hacienda de San Pedro Ale­jandrino. Se abría lo mismo para acoger al que fue tremendo caudillo de la guerra a muerte reducido ahora a una pavesa... De un Bolívar fabuloso, que todos sabían ahora con el ala del cuervo rozándole la ancha frente de hondas arrugas, la cabeza un tanto calva, el pelo ceniciento... "
En este tono el autor nos lleva hasta el final: un epílogo me­diocre con algunas frases del Libertador en la última proclama, la del llamamiento a la unión salvadora, y las incoherencias del de­lirio cuando el Padre de la Patria, ya en agonía, no era dueño de su razón: "Vámonos... Vámonos... Esta gente no nos quiere en su tierra... Vamos, muchachos. Lleven mi equipaje a bordo."
Sin más comentarios (menos mal) da remate el doctor Arcinie-gas a su lastimosa semblanza del más extraordinario de les per­sonajes que presenta en su obra. En las producciones literarias como ésta, donde lo predominante es lo imaginativo, cuando el te­ma es noble y austero, el interés y la emoción, en gradación as­cendente, dejan en el ánimo la inefable impresión de lo sublime. El nombre de Bolívar, su genio, su obra, ofrecen estupenda opor­tunidad para un epílogo majestuoso y una exaltación lírica como las que podemos hallar en las grandes epopeyas de la literatura universal... Pero el doctor Arciniegas no intentó siquiera levantar su espíritu hasta la cima que una vida como la de Bolívar brinda tan ampliamente a los escritores que cultivan los géneros litera­rios graves y majestuosos; una vida tan colmada de portentosas realizaciones, que ha inspirado páginas de resonancia perenne, des­de el epifonema del Licenciado Choquehuanca y el Canto a Junín de Olmedo, hasta los ensayos de Martí, Montalvo y Rodó. Ni asomo de algo que valga la pena encontramos en el mediocre y lastimo­so boceto que el doctor Arciniegas hizo del hombre superior, el ge­nio continental. Al contrario: tal como en uno de los apólogos de Enrique José Varona, el vuelo del autor de América Mágica ha­cia las cimas del genio de nuestra emancipación fue un vuelo rastrero como el de la hoja seca que el vendaval levanta, pero que en esta ocasión no llegó hasta la altura donde se ciernen las águi­las y los cóndores del pensamiento, porque llevaba como lastre el lodo de los prejuicios.
Una pregunta final: ¿Con qué intención, o qué motivo indujo al doctor Arciniegas a incluir una caricatura del Libertador en la galería de retratos de su América Mágica?... Y la respuesta si­guiente :
AUNQUE LAS DESLUMBRA Y ENTORPECE, LA LUZ TIENE ATRACTIVO IRRESISTIBLE PARA LAS AVES NOCTURNAS DE LA INCOMPRESIÓN.

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